Carta del distrito - Editorial T. C. nº 246

Todo pasa.

            En las últimas Témporas de Adviento, diciembre 2013, el diácono José María Jiménez Maroto recibía la ordenación sacerdotal en el seminario de la La Reja. Un hecho común a muchos otros diáconos de la Hermandad  pero que para nosotros, españoles, se ve cargado de un significado especial. La historia de la obra de Monseñor Lefebvre en España es una sucesión de hechos que encierran incomprensión, dolor, desconfanza y tristeza a lo largo de los años transcurridos desde 1978 hasta nuestros días. El miedo de tantos y tantos católicos que a pesar de su perplejidad frente a los desvaríos y sinrazones de numerosos hombres de Iglesia no se atreven a apoyar la obra santa de la Hermandad por miedo a incurrir en desobediencia y lealtad a la Jerarquía católica. La cerrazón y ceguera de los Prelados que se obstinan en no ver la autodestrucción y la autodemolición de la Iglesia. La prensa escrita y hablada de los distintos medios de comunicación social que a través de artículos y comentarios, sembrados de ignorancia, crean una opinión de condena a la obra de la Tradición.  Precisamente por todos estos motivos la ordenación sacerdotal del diácono madrileño José María Jiménez ha supuesto para los feles españoles un estímulo y una fortaleza. Alguien de los nuestros, un español, llega para cumplir con el ministerio sacerdotal en estas tierras nada fáciles, nada aparentemente alentadoras, para decirnos que el trabajo de tantos años no ha sido estéril. Los comentarios agoreros quedan atrás. El dolor y la soledad quedan atrás. Seguimos con ilusión y fe hacia delante. Todo pasa.

              El año 1999 fue ordenado en el Seminario de Ecône (Suiza) el joven Juan Mª de Montagut, catalán y hondamente español. Ha permanecido entre nosotros casi quince años, siendo los cuatro últimos Superior de la Casa Autónoma de España y Portugal. Nombrado Superior de Sâo Paulo, Brasil, ha partido para aquellas tierras americanas con aceptación total del mandato de su Superior General y con el propósito frme de continuar su acción sacerdotal en aquellas tierras del Nuevo Mundo. Aquí deja a su familia, amigos personales, feles en general, muchos jóvenes que han encontrado en él apoyo, seguridad y fuerza para vivir y dar testimonio de su fe. Tantas y tantas realidades que forman ya parte de su historia y de la historia de todas esas personas. Pero… primero Dios, primero Dios. Hay que cumplir con la misión encomendada. Personas, acontecimientos, recuerdos… Todo pasa.

            El 10 de marzo del corriente año, 2014, llegó a la Sede de la Hermandad de San Pío X, como nuevo Superior, el Padre Felipe Brunet, francés, Superior hasta ahora en Toulouse y que también ejerció su ministerio en Saint Nicolas du Chardonnet, París. Llega con fervor y deseos de trabajar por la Santa Iglesia aquí en España, con fervor y deseos de poner a disposición de todos nosotros su ministerio sacerdotal. Desde 1978 son muchos los sacerdotes de la Hermandad que han dejado su huella en estas tierras, su palabra, su acción. Cuando parecía que todo iba a sucumbir frente a la acción demoledora de la fuerza del Rin desembocando en el Tíber, una serie de apóstoles de la Tradición, de la verdad de siempre, se hicieron presentes entre diversos grupos de católicos para proclamar con más fuerza que nunca: Jesucristo ayer, hoy y siempre. Para proclamar que la verdad inmutable de la Tradición, para manifestar que la luz de la Tradición no pueden fenecer, sencillamente porque Nuestro Señor es esa Verdad y esa Luz. La presencia de un Padre francés como Superior de la Hermandad en España pone en evidencia el carácter católico de nuestra santa religión. Más allá de afnidades personales, de subjetivismos y de tendencias nosotros, los feles, damos gracias a Jesús, nuestro Salvador, por la presencia sacerdotal de este ministro del Señor que viene a cumplir la misión que se le ha encomendado  aquí, en España, para gloria de Dios y bien de nuestras almas. Lo que queda atrás, queda atrás. Miremos sólo al camino que nos queda por recorrer. Todo pasa.

             Ahora tenemos como objetivos que hay que cumplir la futura iglesia de Madrid, ya en construcción, el nuevo asentamiento de las Siervas de Jesús Sacerdote y del Corazón de María y la nueva capilla en Lisboa (un local restaurado y remozado) que acogerá a los feles portugueses de la Tradición y a todos los que deseen allí asistir. Detrás de estas líneas se esconden muchos esfuerzos, algunos sinsabores, problemas y varias incertidumbres que constituyen en sí la hermosa lucha por la defensa y el mantenimiento de la santa Tradición. Mas no importa lo que se ha sufrido y trabajado, lo único que cuenta es mantener en todo esto, en este combate y esfuerzo, una fe encendida y una esperanza sin límites en la Providencia divina. Sólo la caridad no muere. Todo pasa.

                Ni triunfos humanos ni glorias de este siglo. La gracia divina, la Providencia divina nos ha movido a todos los que hemos emprendido este esfuerzo, más que humano, a comprender que la meta que debe poner en tensión nuestra potencia, interior y exterior, es la meta del honor de Dios, la gloria de Dios, el amor de nues- tro Señor Jesucristo y de su santa Iglesia. Por ello nos movemos sabiendo a ciencia cierta que todo lo demás es transitorio, meros medios, circunstancias que ayudan pero que desaparecen. Nos esforzamos y esperamos solamente que se repita en nuestras almas aquella invitación que aparece en el capítulo 3 del Apocalipsis, en la carta a la iglesia de Laodicea: “Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré a él, y cenaré con él y él conmigo”. Lo demás no importa. Nuestra lucha encuentra aquí su fundamento y su plena justificación. Todo pasa.