
La Penitencia
Dijimos que la Cuaresma es un tiempo dedicado especialmente a la penitencia y reparación de nuestros pecados.
Entonces podemos preguntarnos: ¿Qué es la Penitencia?
Es una virtud que produce un dolor en nuestra alma por los pecados cometidos en cuanto ofenden a Dios y por eso queremos repararlos.
Esta virtud consiste principalmente en un dolor por haber ofendido a Dios que es sumamente bueno y amable. En el apóstol San Pedro encontramos un ejemplo de un alma dolida por el pecado cometido: la noche del Jueves Santo, cuando Nuestro Señor estaba siendo interrogado por los judíos, San Pedro estaba en el patio de la casa del Sumo sacerdote queriendo saber en qué iba a terminar todo. Allí fue interrogado tres veces porque sospechaban que era uno de los discípulos de Jesús, y San Pedro asustado negó conocer a Nuestro Señor las tres veces. Pero una vez que cantó el gallo y que se encontró con la mirada de su Divino Maestro, se acordó de que le había profetizado su triple caída, e inmediatamente se puso a llorar amargamente por su pecado, lo cual muestra el gran dolor y arrepentimiento sincero que le causó el haber negado a su Maestro. Se cuenta que durante todo el resto de su vida San Pedro lloró acordándose de esta falta.
Y como San Pedro, debemos hacer nosotros lo mismo cada vez que tenemos la desgracia de cometer algún pecado, arrepentirnos rápidamente y con sinceridad, sobre todo cuando nos vamos a confesar, ya que para hacer una buena confesión es necesario tener un verdadero dolor de haber ofendido a un Dios tan bueno y tan grande.
Y es también muy importante esta virtud porque aquel que se duele por haber ofendido a alguien, procura en adelante no hacerlo más, y si nosotros nos arrepentimos verdaderamente de haber ofendido a Dios, vamos a proponernos seriamente no pecar más, para no ofender a Dios que tanto nos ama.
Pidámosle a San Pedro que en este tiempo de Cuaresma nos ayude a prepararnos para hacer una buena confesión ahora que se acerca la Pascua, y que también nos alcance del Cielo la gracia de tener un sincero dolor de nuestros pecados, que tanto ofenden a Nuestro Señor, el cual tuvo que padecer y morir en la cruz para borrarlos.